No te miento si te digo que los españoles somos gente que damos el callo, pero hay algunas estadísticas e informes internacionales que indican lo contrario.
Los números dicen que en el mundo occidental sólo los suizos nos igualan en absentismo laboral y también que en la UE, cuando nos dignamos a respetar nuestro horario a rajatabla, sólo polacos y portugueses tienen una productividad laboral menor que la nuestra.
Si nos quieres llamar vagos te diré, en defensa de mi generación (entre la treintena y cincuentena de edad), que somos peritas en dulce comparados con la que nos precede. De ella quiero hablarte ahora mismo.
Cada tres años, el informe PISA señala que los alumnos españoles son bastante mediocres. Sin embargo, a pesar de su falta de brillantez, nos quitamos el sombrero ante ellos. Digo ésto porque que hay otro nutrido grupo de los nuestros, nada menos que un treinta y cinco por ciento, que han huido de las aulas a las primeras de cambio. Ellos aguantaron a regañadientes sentados en el pupitre durante los cuatro años que dura la Educación Secundaria Obligatoria, o ESO, y al cumplir los 16 simplemente dejaron de asistir a clase, independientemente de si habían completado con éxito sus estudios. ¿Y qué hacen todos estos críos fuera del sistema educativo? ¿Cómo matan el tiempo? ¿A qué se dedican? Sencillamente no hacen nada. No tienen ocupación alguna que no sea el ocio. Ni estudian ni trabajan. Por ello son llamados “ninis”. Algunos ninis, cumplidos los 18, se registran en las oficinas del INEM, esperando en algún lejano día dar con un trabajo. Otros, los “superninis”, ni siquiera se toman la molestia de formalizar su situación de desempleo.
Éste es uno de los aspectos más grises de nuestra sociedad que no sabemos cómo resolver. Nos limitamos a buscar cabezas de turco (falta de inversión en educación, malos profesores, un sistema educativo desfasado, desestructuración de las familias) y a dar palos de ciego, mientras la casa sigue sin barrer. Todo viene de aquellos tiempos no muy lejanos, en donde los chavales colgaban los libros para ganar dinero fácil en el sector de la construcción. Aquellos chicos decían: “¡Para qué estudiar, pudiendo ganar pasta sin esperar!”. Los de ahora, con el golpe de la crisis, no tienen la oportunidad de poner ladrillos. Pero se consuelan haciendo cola en el paro junto a sus antiguos profesores, abocados también al desempleo por el recorte de plazas docentes debido a la deserción de pupilos. En este caso dicen: “¡Para qué estudiar, si mi antiguo profesor estudió y tampoco tiene trabajo!”.
Este sentimiento de que no merece la pena estudiar, unido a una endémica tasa de paro, nos ha aupado a la segunda posición, tras los turcos, en cuanto a porcentaje de ninis, dentro de los países miembros de la OCDE.
Pero no todo es malo y no todo está perdido:
Nuestros niños, sin excepción, están escolarizados hasta los 16 años. El analfabetismo en España está erradicado desde hace décadas. Y lo más importante: muchos de estos prófugos escolares, al haber visto las orejas al lobo, acaban entrando por el aro y regresan a las aulas. Les acogemos con las puertas abiertas de par en par porque “nunca es tarde si la dicha es buena”.