Qué se le puede hacer, no nos gusta nada, no. No nos gusta invitar a gente a casa. Quién sabe, a lo mejor este recelo se debe a la época del dominio árabe, que son muy recelosos de su intimidad. El caso es que para quedar preferimos quedar fuera: en un restaurante, un bar, o una terraza.
Los selectos, los escogidos que tienen el honor de entrar en este santuario son la familia y los amigos más íntimos (normalmente, amigos de la infancia). Casi siempre será a la hora de comer, para comer, naturalmente, o a la hora de la merienda, a eso de las cinco. La única excepción son los adolescentes cuyos padres eran hippies y les permiten invitar a sus compis a casa.
A un extranjero seguramente le sorprenderá el contraste entre la facilidad con la que la gente entabla conversaciones con desconocidos y la casi imposibilidad de ver la casa de un amigo o compañero de trabajo. Con lo cual, si te han invitado a casa tus amigos españoles, es un gran gesto de cariño y amistad, y si te ha invitado una persona de sexo opuesto, es que hay tema.
A diferencia de muchos otros países, en España después de casarse ninguna pareja se queda a vivir con los suegros. El 0,5% que todavía lo hace proviene de familias tradicionales o gitanas, lo que sólo ocurre en Andalucía. El casado casa quiere, como quien dice. Y es más: si una pareja han empezado a vivir juntos pero por motivos económicos ya no pueden seguir alquilando piso, cada uno volverá con sus padres, ¡aunque tengan más de 40 años! De hecho, hay bastantes parejas que llevan muchísimos años saliendo y no llegan a convivir. Es un paso serio, sí.
Después de lo oído no os sorprenderéis si añado que no solemos alojar en nuestra casa a otras personas. Nos resulta hasta violento. Bueno, los hermanos que vienen un fin de semana a vernos no cuentan. Pero, con todo, las visitas y los muertos al tercer día apestan… Podríamos decir que protegemos demasiado nuestro espacio personal. Como ejemplo, los niños casi nunca entran en el dormitorio de los padres ni usan su cuarto de baño (si hay varios).
Y ahora, la pregunta del millón: ¿qué hace un español al entrar en su casa? Se quita los zapatos y cuelga su abrigo en el perchero, claro. Luego se pone sus cómodas zapatillas de andar por casa y su pijama… Pues no, todo lo contrario. Los zapatos nunca se quitan, aunque sea invierno y esté lloviendo. La chaqueta se quita y se tira en el sofá del salón, encima de una silla o en la cama del dormitorio. El pijama se suele poner sólo para dormir. ¿Es poco higiénico? ¿Es caótico? Sí, pero así son las costumbres. Es de muy mala educación pedir a los españoles que se quiten los zapatos al entrar, les puede incomodar. Y un montón de zapatos acumulados a la entrada de una casa japonesa o rusa nos parece antiestético.
En cambio, en lo demás somos una nación limpia. Se friegan los suelos y se limpia el polvo todos los días, o bien un día sí y otro no. No tenemos alfombras que acumulan polvo y ácaros. Siempre comemos con un mantel puesto, no ponerlo parecería extraño. Hacer la cama en España es un ritual complicado, porque aquí no tenemos edredones nórdicos, sino dos sábanas, una bajera y otra que se coloca en medio, debajo de la manta. Antes de llegar a las almohadas la sábana de arriba se pliega formando un embozo, las partes salientes de los lados se remeten dentro. Y, por supuesto, el interior del armario está siempre perfectamente ordenado, con toda la ropa doblada y organizada por grupos.