¿Qué nos aportan las redes sociales? ¿Nos proporcionan felicidad o nos hacen sentir solos? ¿Enriquecen nuestra vida o nos roban el tiempo? ¿Nos sugieren cosas o nos manipulan?
Recuerdo aquella tarde en la que una amiga me habló de Facebook. Yo no sabía lo que era, así que accedió a su cuenta y me lo enseñó. Me encantó la idea de describir cada día mi “estado”, así mis amigos sabrían de mí con más frecuencia, sin necesidad de desplazarnos para vernos. Y yo también sabría de ellos mucho más a menudo. Al fin y al cabo, hay veces que uno no tiene tiempo para quedar con quien quiere. Así que me registré y empecé a usarlo.
Lo primero que hice fue escribir una frase. Recuerdo estar emocionada deseando saber qué dirían los demás de ella. Tuve que esperar y estuve algo impaciente. Al principio no me escribía nadie, y me sentía ignorada, hasta que alguien hizo un comentario y me dio un vuelco el corazón. ¡Era importante para alguien!
Desde entonces me conectaba todos los días. Todos los días añadía a algún amigo. Yo, que siempre me consideré una persona solitaria, de repente tenía cientos de amistades. Y estaba deseando saber qué les pasaba, conocer sus historias y también contar las mías.
Pero pronto empezaron a ocurrir cosas feas. Personas que apenas conocía me escribían comentarios tontos en el muro. Mis compañeros de trabajo se enteraban de los hechos que contaba a mis amistades más íntimas. Un buen día mi novio se enfadó conmigo porque tenía demasiados chicos entre mis amigos y a raíz de esa conversación me di cuenta de que me estaba espiando el móvil. En cuestión de pocos meses perdí a mi novio, a varios amigos, y encima mis compañeros de trabajo empezaron a considerarme rara.
Fue entonces cuando me surgieron dudas. Ya no me parecía natural enterarme de que un amigo ha tenido un hijo a través de Facebook. Podía haberme llamado, ¿no? Pasaban meses y años, y cada vez la comunicación virtual le comía espacio a la real. Mientras tanto, los contenidos también fueron cambiando: la gente en vez de hacer reflexiones personales se limitaba a publicar fotos y frases breves de personajes conocidos.
Los dramas personales también se trasladaron a la red. Cuando borré a mi tía de mi lista de amigos, me llamó, triste y decepcionada, y me preguntó "Pero, ¿qué te he hecho?" Intenté explicarle que prefería hablar por teléfono, pero me colgó indignada. Esto me hizo replantear la importancia de los acontecimientos que tenían lugar en la red social.
Después supe que empresas y organismos podían acceder a la información que yo consideraba personal. Todo lo que publicaba, la parte más íntima de mi vida se usaba para ofrecerme anuncios publicitarios o, peor todavía, para que el estado pudiera vigilarme. ¡Me pareció terrorífico!
Pero como casi todo, una red social puede mostrar las dos caras de la moneda. Fijaros en las campañas en las que se pide ayuda para un niño enfermo y lo salvan, o un perrito que se ha perdido y lo encuentran, o de cuántas cosas nos enteramos gracias a una red social. A veces encuentro imágenes que me maravillan, frases que cambian totalmente mi perspectiva vital, vídeos que me hacen reír, con otros puedo llorar de la emoción. Las redes son algo maravilloso, pero sólo en parte. Pensar que mi actividad, mis gustos, mis palabras, son analizadas y utilizadas para fines desconocidos por terceros, me hace sentir una gran incertidumbre.
Ya no publico lo que siento, ni expreso demasiado lo que me gusta. Incluso me corto de manifestar mi ideología política. Temo que un día ocurra en mi país lo que ha ocurrido en otros lugares. Las redes sociales pueden ser una maravilla, abrir fronteras y poner a grupos de gente afín en contacto. Pero también son una herramienta de control sobre las personas. Ojalá nuestras emociones y experiencias no se conviertan en un producto más que explotar, tanto por terceros como por nosotros mismos.